Las batas y las
agujas la ponían de los nervios, desde que era una niña, y aun no entendía qué
hacía allí… ‘¿Tal vez quiero a Mario de verdad?’, si no por qué iba a soportar
todas esas agujas pasando, por qué sentía que el corazón no latía y su estómago
se había cerrado en banda… La sala estaba fría, como la hubiera gustado a ella
tener la cabeza. Aun sentía la respiración de Pedro en su pecho y, sin embargo,
esa puta culpa no se iba, ¿cómo se iba a ir? No podía dejar de pensarlo, ¡cómo
no se había dado cuenta! Más batas, más agujas. ‘Esto es un castigo divino’,
pensaba. ‘No hay ningún Dios tan malo, el destino no es así’, se repetía una y
otra vez intentando convencerse. ‘¿Dónde está el jodido médico y por qué no me
dice nada aún?’, los nervios cada vez eran mayores. Se levantaba, iba hacia un
lado, hacia otro. Más agujas, más batas. ‘¡¿Aquí nadie informa a los
familiares?!’, se gritaba a sí misma. Y un mensaje. Era Pedro. ‘No quiero
leerlo, ahora no’. Otra vuelta, ‘voy a beber agua a ver si me despejo’, y ahí
estaba esa sensación de asfixia que no se va y que ella sabe muy bien por qué
está ahí. ‘¿Cómo puedo pensar en Pedro sin saber nada de cómo está Mario?’, los
remordimientos volvían. Lágrimas, a tropel, todas juntas, saliendo a la vez,
como si un muro las parara y de repente ese muro se hubiera roto. ‘Coño, quiero
a Mario, no quiero perderle, no así, necesito que alguien me diga que está bien’,
tal vez está sea la razón del muro roto. ‘Pedro me quiere, ¿y ahora qué?’, o
tal vez este era el motivo. Más batas, más agujas. Ella se va al baño, no
quiere que la vea llorar nadie (aunque ni les conozca). Otro mensaje, Pedro,
que ahora lee: “Que bonito es querer a una persona, decírselo, follársela, y
que cuando te despiertes se haya ido de su propia casa. Sin una miserable nota.
¿Voy a ser otro de tus juguetes rotos? Cuando puedas me lo explicar, aunque sea
con una llamada. Te sigo queriendo, y mucho. Por si lo dudabas”. Sus besos y sus
caricias otra vez en su mente. Sus ojos, los ojos de Mario, la sonrisa que ponía
éste último cuando veía el amanecer rodeado por sus piernas. Una nota, de
Mario, en el bolso: “Sé cuantísimo miedo le tienes al compromiso, sé que está
nota te va a dar más miedo aun pero necesitaba decirte que te quiero, que
quiero que seas la única persona que esté en mi vida para siempre. Y, sobre
todo, que no lo olvides jamás. Me has hecho el hombre más feliz del mundo, y cambiaría
toda la vida que me queda por otro amanecer a tu lado”. Una llamada de Pedro,
al cogerla él sólo puede oír llantos. “¿Qué te pasa, Lily?”. Más llantos. “Joder,
Lily, no me asustes, háblame, ¿qué te pasa? ¿Dónde estás?”.
Hay veces que el amor lo puede con todo,
hay otras que no.
Por si os habéis perdido aquí está la historia previa entre Pedro y Lily. Os tendré informados de estos tres.